Lo han descubierto diversos investigadores, pero es que el sentido común te lleva a pensar que era un judío del montón. Uno más. Y que lo importante, por supuesto, es la palabra, lo que dice. Me viene a las mientes la película Ordet (la Palabra) de Dreyer que yo atesoro pero con subtítulos. Dreyer (genio y creyente), nos ofrece la visión de un Jesucristo que se hace niño para creer. De hecho él (al que toman por loco) y una niña son los únicos que
creen en la resurrección. Por eso San Pablo dejó que Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. 1. Corintios 13:11.
Jesucristo no era un revolucionario anticapitalista, ni un precioso modelo de purpurina con túnica bordada en oro (pobrecico si tuviera que andar por los caminos de tierra con esos trajes procesionales). Era un creyente en Dios que vino a recordarnos lo obvio: que así no, que ese no es el camino. Por eso no ha vuelto Dios a encarnarse en un ser humano. Sabe que su obra es libre, aunque se le vaya de las manos y no pueda hacer nada para evitarlo porque seria interferir en la creación y en la libertad del ser humano. Si lo hace o lo hubiera hecho, seríamos marionetas. Sólo eso. Los demás pueden decir misa.
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