27 de marzo de 2016

Una resurreción con fe y sin notario

(...) y decido esperar al día siguiente, Domingo de Resurrección, en el que el pueblo vuelve a la castañuela festiva y se reengancha presto a la marcha del paso, la banda, los tambores y la tamborrada que por la mañana de este domingo suena estridente desde primeras horas convocando a la procesión del Resucitado en la que la vecindad pasea bailongos los santos al compás de la música y del jolgorio que rebulle con la batalla de caramelos que se entabla entre los procesionistas y los vecinos de las aceras y los balcones que se han de tapar las manos con los brazos o guarecerse dentro de las casas para burlar los caramelazos que los túnicos de abajo cargan, acumulan y guardan en el buche de los ropones de la hermandad que casi abomban más que la propia barriga, mientras la chavalería se regocija y agacha para recoger los caramelos, y el resto del vecindario y los forasteros, se pasean por terrazas, calles y plazas prestos a ver la cortesía en la que los santos se juntan en círculo frente a la atiborrada plaza y se saludan con una inclinación que los anderos le dan a los tronos al agacharse los de delante para que la imagen se recline y escenifique así el saludo y el alborozo de todos ellos por la resurrección…

La incredulidad de Santo Tomás'. Caravaggio (1602)
…por una resurrección en la que nadie cree (excepto los niños y los que se hacen niños para creer), y ni falta que nos hace pues es una cuestión de fe y de confianza porque como nos advertía Jean Guitón, aunque un notario hubiera estado en la habitación en la que Jesús se apareció a sus discípulos, no hubiera visto nada, no se hubiera enterado de nada porque sólo pueden ver los que creen. Y eso cree él, porque los demás sólo quieren ver la resurrección de retablo, pandereta y cuchipanda, aunque se vayan luego todos juntos de jarana pues el cirio de la mañana hay que sofocarlo por la tarde con el romeraje conocido por la mona (o excursión al río y a los montes cercanos), a la que suelen acudir mayormente los jóvenes que dejan la ciudad quieta y calma, según he visto cuando he salido a darme un garbeo por unas calles solitarias que todavía recuerdan la ceremonia de los días pasados porque de los balcones y ventanas aún flamean las colgaduras que se han dispuesto para ver las procesiones y que nos traen el mismo regusto melancólico que se siente cuando una vez pasada la Navidad, ves que todavía cuelgan por las paredes las bolitas y guirnaldas, pues sabes que lo que fue ya no es y que lo que ha sido es ya hojarasca.

Entretiempo - Editorial Vermont (2007)

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