(...) y decido esperar al día siguiente, Domingo de Resurrección, en el que el pueblo vuelve a la castañuela festiva y se reengancha presto a la marcha del paso, la banda, los tambores y la tamborrada que por la mañana de este domingo suena estridente desde primeras horas convocando a la procesión del Resucitado en la que la vecindad pasea bailongos los santos al compás de la música y del jolgorio que rebulle con la batalla de caramelos que se entabla entre los procesionistas y los vecinos de las aceras y los balcones que se han de tapar las manos con los brazos o guarecerse dentro de las casas para burlar los caramelazos que los túnicos de abajo cargan, acumulan y guardan en el buche de los ropones de la hermandad que casi abomban más que la propia barriga, mientras la chavalería se regocija y agacha para recoger los caramelos, y el resto del vecindario y los forasteros, se pasean por terrazas, calles y plazas prestos a ver la cortesía en la que los santos se juntan en círculo frente a la atiborrada plaza y se saludan con una inclinación que los anderos le dan a los tronos al agacharse los de delante para que la imagen se recline y escenifique así el saludo y el alborozo de todos ellos por la resurrección…![]() |
| La incredulidad de Santo Tomás'. Caravaggio (1602) |
Entretiempo - Editorial Vermont (2007)

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