24 de marzo de 2013

Pasión y cerveza

Habemus Papam, pero ya van 266 y por aquí seguimos con el interés turístico de la semanasantería, cómo me las maravillaría yo, pues la huerta respira y exhala el aroma de la floración y los balcones se alhajan con las colgaduras bajo las que desfila una emperifollada multitud que participa en los desfiles o se empancina de cerveza por los bares y terrazas antes de que salga la procesión y que no quede hueco ante la barra del bar en la que vocear los recados de cerveza con gambas, marchando un montadito de lomo con anchoas y otra de mojama, para banquetear la fiesta del Señor que festeja la entrada de Jesús en el bar, digo en Jerusalén, para sacar fuerzas de las gambas y poder cargar con el santo de la entrada triunfal de Jesús en el bar, digo en Jerusalén, donde creyentes y ateos se rejuntan para concelebrar lo de siempre. Un año más.


Uno también, claro. Confieso que he pecado. Y además el primero de todos. Es lo que me suele afear en la barra mi mejor ex-amigo que, además, perjura que toda la cabalgata procesional no es más que puro teatro porque es probable que Jesucristo sólo fuera un iluminado y que de las alucinaciones de un loco nos haya venido todo este carnaval pues él cree que aunque sea cierto que existió y que es verdad lo que cuentan los evangelios, tampoco es para armar tanto tostón porque ya lo habían dicho antes otros pensadores orientales y el tal Jesús sólo se limitó a recoger lo que habían predicado en otras religiones previas, claro, que si eso fuera cierto, se piensa uno, sería muy curioso porque mientras las religiones orientales piden el perdón a los enemigos (y adiós muy buenas), Jesucristo pedía el amor a los enemigos, o sea, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen, rezar por los que os ultrajan para que seáis hijos de vuestro Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, según una prédica que él cumplió hasta la muerte y que le supuso la tortura y la crucifixión, un desliz, porque Buda murió en la cama de una indigestión tras una opípara comida y en una actitud bastante diferente a la de Jesucristo que pudo huir y evitar así la dolorosa y cruel muerte que, sin embargo, aceptó mansamente perdonando incluso a los que lo habían matado. Y eso es precisamente lo que lo hace divino, porque nadie que sea humano lo aguanta como no tenga muy claro por qué y para qué…

Así que podríamos preguntarnos por qué se empeñó en su sacrificio aún sabiendo que no podría crear un mundo perfecto al ser finito (no puede crear helados de calor, aunque sea Dios). Por qué persistió en ello al bajar a la tierra como un currito más para ser crucificado por su propia obra, para padecer él mismo las consecuencias de su obra imperfecta y finita, es decir, para ser crucificado por los mismos hijoputas imperfectos que él había creado. ¿Por amor?... Quizás, porque ya dicen que Dios es el amor que llena el vacío del universo. De amor y cerveza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario