29 de marzo de 2015

Pilatos

He leído que los semanasanteros andaluces odian a Pilatos porque «por poco nos jode la Semana Santa». Pues eso. Maldito Pilatos que estuvo a punto de jodernos el invento. Y me refiero a ellos con todo el cariño y respeto que les guardo pues por fin he comprendido que tienen muy buenas intenciones (recomiendo leer a mi cuñado en la presentación del nazareno del año de la Cofradia del Stmo.Cristo de la Agonía).

Lo único que les pido, por favor es que me hagan una cruz sencilla, carpintero (León Felipe) «sin añadidos ni ornamentos... que se vean desnudos los maderos, desnudos, y decididamente rectos... Que no haya un solo adorno, que distraiga este gesto: este equilibrio humano, de los dos mandamientos... sencilla, sencilla... hazme una cruz sencilla, carpintero».

Por eso uno vive la Semana Santa ajena al folklor de Antonio Banderas, por poner un ejemplo, malo, por cierto, porque solo más sinceridad en los legionarios que custodian al Cristo de la Buena Muerte, de Málaga, que en muchos cofrades y políticos de cirio y peana. Son pocos, es cierto, pero quizás algunos todavía no hayan comprendido que lo importante de esta semana es esa Resurrección en la que casi nadie cree (excepto los niños y los que se hacen niños para creer, como en la peli Ordet de Dreyer).


Así que da igual si te acercas al trono para ver las flores o para buscarle un sentido a la vida porque todo es una cuestión de confianza, y de fe, pues como nos advertía Juan Guitón aunque un notario hubiera estado en la habitación en la que Jesús se apareció a sus discípulos, no hubiera visto nada porque sólo pueden ver los que creen. Los demás sólo ven la resurrección de retablo, pandereta y cuchipanda.

«Quiero creer y no puedo», clamaba un personaje del cineasta ateo Igmar Bergman. Quería creer pero sólo encontraba el eco del silencio de Dios que nos atruena por estas fechas para recordarnos que podemos disfrutar de un Dios más humano y menos milagrero de estampitas y escapularios; es decir un padre que no esté pendiente de nuestros actos, controlándolos, porque significaría que nos obligaría a quererlo. O a imponer su evangelio a punta de pistola, y por decreto ley, y eso sólo osan hacerlo los humanos con sus evangelios laicos ideológicos y sus dictaduras de «hombres nuevos». Él nos deja libertad incluso para no amarlo o ignorarlo. Y para ser libres y hacer el mal.

¿Por qué permite Dios el mal? es la gran pregunta de la Teodicea que se han hecho filosóficos como Leibniz, Hume, Unamuno o Epicuro (y su paradoja), pero servidor no quisiera tener un ángel detrás de mí apuntándome con una pistola para que no haga el mal. Quiero ser libre para poder ser malo, aunque luego no lo sea por mi libre conciencia.

«¿Dónde está dios, dónde está Dios?», se preguntan algunos tras una tragedia como la de los Alpes . En la cruz, trabajando, les suelo responder. Él también padece la imperfección de su propia obra y la libertad de los demás, «¿Dios mío, Díos mío, por qué me has abandonado?», le reprochó al padre. Por eso no hay que adiar a Pilatos. Si no existiera habría que inventarlo.

Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza. 

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