
Pero eso no era todo. Al menos una noche de cada dos semanas, atado a la cama, soportaba el duradero tormento de un doble correctivo, con la correa y la vara. La sagaz institutriz ya no le anunciaba de antemano estas ocasiones. Así, durante tres o cuatro noches a la semana, el muchacho no podía
estar seguro de si su visita nocturna acarrearía el placer de un beso o la tortura de un castigo especial; incertidumbre que se resolvía sólo en el último momento con la aparición de Harriet completamente vestida y con la sonrisa en los labios o con la larga capa, encapuchada, los brazos desnudos y la terrible correa en las manos.
Semejante trato le había desarrollado un nivel extraordinario de sensibilidad y sensualidad. Vivía en estado de constante alteración nerviosa, a merced de los caprichos de su instructora, hacia la que había llegado a albergar una actitud muy ambigua. La temía y la amaba, pero su amor era casi enteramente sensual. Lo cautivaba a través de la carne, pero se mantenía e incrementaba al aplicarle los castigos. Richard era feliz con el deleite indirecto que obtenía de este modo.
La institutriz inglesa - Autora anónima. Colección La fuente de jade. Alcor. Ediciones Martínez Roca (1992)
No hay comentarios:
Publicar un comentario