19 de diciembre de 2009

La obediencia instantánea y el más enérgico castigo

Como Harriet Marwood había adoptado definitivamente el método del castigo corporal para inculcarle la idea de la perfección -fin el que era apasionadamente devota-, apenas pasaba un día sin que tuviera que recurrir a la correa. Su educación en materia de disciplina había progresado notablemente: por ahora, al igual que cualquier otro muchacho inglés bajo la autoridad de una institutriz, había aprendido a someterse a cualquier juicio de su instructora. Había adquirido el hábito de la obediencia instantánea y aprendido a aceptar el más enérgico castigo sin cuestionarlos.

Pero eso no era todo. Al menos una noche de cada dos semanas, atado a la cama, soportaba el duradero tormento de un doble correctivo, con la correa y la vara. La sagaz institutriz ya no le anunciaba de antemano estas ocasiones. Así, durante tres o cuatro noches a la semana, el muchacho no podía

estar seguro de si su visita nocturna acarrearía el placer de un beso o la tortura de un castigo especial; incertidumbre que se resolvía sólo en el último momento con la aparición de Harriet completamente vestida y con la sonrisa en los labios o con la larga capa, encapuchada, los brazos desnudos y la terrible correa en las manos.

Semejante trato le había desarrollado un nivel extraordinario de sensibilidad y sensualidad. Vivía en estado de constante alteración nerviosa, a merced de los caprichos de su instructora, hacia la que había llegado a albergar una actitud muy ambigua. La temía y la amaba, pero su amor era casi enteramente sensual. Lo cautivaba a través de la carne, pero se mantenía e incrementaba al aplicarle los castigos. Richard era feliz con el deleite indirecto que obtenía de este modo.

La institutriz inglesa - Autora anónima. Colección La fuente de jade. Alcor. Ediciones Martínez Roca (1992)

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