18 de julio de 2009

Las domadoras de hombres

Entonces supe que el rostro de Robert estaba apretado contra la parte más íntima de su persona. Ella tenía las piernas muy abiertas y las mantuvo así un momento y luego, con un suspiro ahogado de mi hermano, las cerró rápidamente, atrapándole la cabeza entre los muslos.
Una vez más Robert gimió pues era evidente que los muslos de ella le apretaban las orejas contra las que podía imaginar las puntillas de encaje de sus ligueros.
- ¿Te gusta mi olor, Robert?
- Sí, sí…
- ¡Chico malo!” - dijo nuestra madrastra en voz baja. Dentro de un momento, cuando te hayas ido, Robert, me quietaré las bragas, que notarás calientes y fragantes de mi olor, y las lanzaré rápidamente al descansillo. Tú esperarás allí, las recogerás y podrás llevártelas a la cama si lo deseas. ¿Te gustaría?
- Sí, sí -respondió él con voz ahogada
- Pues ahora vete.

Las domadoras de hombres - Autor anónimo
Edit. Alcor - Colección La fuente de jade.

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